La
polémica generada recientemente con el nuevo logo de Gap es una de esas
cosas que nos ayudan a hacernos conscientes de que estamos en una nueva
era. Estábamos acostumbrados a que las marcas tomaban sus decisiones y
los consumidores simplemente las apoyaban o disentían en privado, con lo
cual no había mayor impacto. Pero lo que ocurrió esta semana es histórico.
En
cuestión de horas, los consumidores manifestaron su disgusto con el
nuevo logo a través de las redes sociales. La presidenta de la marca,
Marka Hansen no tuvo otra opción que salir a disculparse y decir: “Para
la marca Gap, nuestros clientes siempre están primero. Hemos estado
escuchando y observando todos los comentarios esta pasada semana. Los
hemos escuchado decir una y otra vez cuando les apasiona nuestro logo de
la caja azul, y que lo quieren de regreso. Por eso hemos decidido hacer
justamente eso, lo traeremos de vuelta a todos nuestros canales.” En
otras palabras, lo que hizo fue reconocer lo que muy pocos corporativos
quieren aceptar: La marca no le pertenece a ellos sino a los
consumidores.
El
caso de Gap se suma al de Tropicana, la marca de Pepsi que el año
pasado tuvo que volver al diseño original que tenía su empaque por la
reacción que generó el cambio entre los leales consumidores. Algunos han
sugerido que estamos ante un consumidor más conservador y menos
atrevido. Yo no creo. Todo lo contrario. Lo que sí es cierto es que
estamos ante un consumidor que busca la facilidad y la simplicidad (y
hay que reconocer que muchos cambios de identidad de marca
sobre-complican, alejan o dificultan la conexión a la cual ya el
consumidor está acostumbrado). Otros han sugerido que Gap anunció el
cambio de su logo para generar toda esta polémica. Tampoco creo. Me
parece absurdo y muy peligroso que una corporación en plena era de la
transparencia “juegue” de esa manera con el principal referente de la
marca.
El
caso de Tropicana el año pasado mostró como los consumidores se
sintieron, de alguna manera traicionados, por que la marca no les
consultó el cambio. Y más que esto, sintieron que la marca se había
tomado el atributo de cambiar algo que para ellos era un ícono en sus
vidas: El empaque con el pitillo que atraviesa la naranja. Es innegable:
Los consumidores han tomado la jefatura de la marca y aunque están
felices cuando la marca les propone cambios y evolución, no aceptan que
juegue con los íconos que ellos sienten propios.
Es
por esto que tanto en el caso de Gap como en el de Tropicana, lo
importante es el rol que asumió el consumidor. Y aunque yo también soy
de los que creo que el abortado logo de Gap no proponía nada y era
bastante obvio, creo que, como todo, lo que falló fue la forma. El peor
logo, presentado de otra manera, seguramente hubiera suavizado la
reacción de los consumidores. Sin embargo, creo que Gap olvidó aquel
refrán del mundo empresarial que dice: “Si no está roto. No lo
arregles”. El logo de Gap, así como el empaque de Tropicana funcionaban
bien, tenían un valor icónico y eran parte esencial del brand equity.
Como quedó al descubierto en este caso, cambiar por cambiar es
posiblemente el esfuerzo más innecesario (y peligroso) de cualquier
corporación.
Tomado del blog de
EL DUEÑO DE UNA MARCA ES EL CONSUMIDOR Se siente tranquilo con sus marcas preferidas, le gustan los cambios en lo que siente es de el; sin embargo de debe tener especial cuidado al momento del un cambio, que no se olvide en la escencia de la marca, en la historia, que se haga el cambio con estrategia y no porque sì.
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